Deuda histórica: Argentina podría sumar 40 millones de toneladas si corrige la fertilización

La fertilización sigue siendo una deuda pendiente del sector agropecuario de Argentina, a pesar de las mejoras registradas en los últimos años. Los expertos calculan que si se corrigiera el uso de fósforo, nitrógeno y azufre en los cultivos de trigo, maíz y soja, el país podría producir unas 40 millones de toneladas más de grano, lo que implicaría duplicar el nitrógeno, triplicar el fósforo y multiplicar por seis el azufre.

La diferencia con competidores internacionales es notable, ya que mientras países como Brasil y Estados Unidos mantienen un balance de fósforo positivo en sus suelos, el de Argentina es negativo. La falta de uso de tecnología adecuada provocó que la producción de grano de Argentina se haya estancado en los últimos años. Para revertir esta tendencia, se requiere que el productor adopte una «mirada más empresaria» y de mediano plazo, reconociendo que el fertilizante es un aliado fundamental que impacta directamente en el rendimiento por hectárea y, por lo tanto, en la rentabilidad económica. El suelo argentino está «llegando a un límite» y necesita ser ayudado con rotación, adecuado manejo y fertilización, advirtieron.

Roberto Rotondaro, presidente de la Asociación Civil Fertilizar, fue categórico al señalar que la falta de corrección en el manejo de nutrientes en los suelos no solo estancó la producción de granos, sino que mantiene una brecha que cuesta al país alrededor de 40 millones de toneladas de granos adicionales, un potencial que solo se podría alcanzar mediante un uso más eficiente y agresivo de la tecnología.

En el marco de la Gira Fluvial por las terminales portuarias del Río Paraná, Fertilizar AC presentó un informe sobre la campaña soja-maíz 25/26 y cómo cerrar la brecha de rendimiento con un manejo balanceado de nutrientes. Desde la entidad se alertó que Argentina exporta más de 3,5 millones de toneladas de nutrientes en granos y enfrenta una brecha productiva que podría reducirse con análisis de suelos, fertilización balanceada y mejores prácticas agronómicas.

Si bien el uso de fertilizantes en Argentina ha ido en aumento de forma sostenida, Rotondaro enfatizó que el sector aún está «lejos de los niveles de fertilización y de uso de la tecnología” deseable. Estos niveles son claves, ya que «impactarían sobre todo en mayor producción de granos para la región y para el país».

El cálculo de las «brechas de producción»—la diferencia entre la producción actual y lo que el país podría generar— revela una necesidad imperiosa de intensificación. De acuerdo con los datos presentados, si se logra corregir el uso de fósforo, nitrógeno y azufre en los tres cultivos principales nacionales como son trigo, maíz y soja el impacto sería formidable: «Estaríamos produciendo alrededor de unas 40 millones de toneladas más de grano».

Para alcanzar este salto productivo, los requerimientos son ambiciosos y marcan la pauta de la deficiencia histórica: sería necesario «duplicar el uso del nitrógeno, triplicar el uso de fósforo y multiplicar por seis el uso de azufre», indicó.

Mirada al mediano plazo

La pregunta recurrente en el sector es qué impide al productor realizar una mayor fertilización. Rotondaro apuntó a la necesidad de un cambio de mentalidad, sugiriendo la adopción de «una mirada más empresaria». Esta visión debe incluir «una mirada de corto plazo del año, pero también un poco una mirada más de mediano plazo».

El presidente de Fertilizar explicó que el beneficio no es solo ambiental, sino estrictamente económico: el productor debe entender que si «cuida y hace que el recurso de suelo tenga una mejor fertilidad, eso le va a impactar en su rentabilidad, en el beneficio económico que tenga».

En el balance de costos e ingresos que maneja el productor, hay elementos inmanejables, como el precio, que «muchas veces no lo puede manejar». Sin embargo, la clave de la rentabilidad está en el control de las variables agronómicas: «lo que sí puede manejar el productor es el rendimiento por hectárea». En este contexto, el fertilizante se convierte en un «aliado» fundamental, ya que «impacta directamente en los kilos a producir por hectárea».

Aunque el especialista reconoció que existen campañas «más ajustadas que otras»—como la actual—, insistió en que hay que «prestar mucha atención al manejo» y definir cuáles son las tecnologías que «el productor sí o sí tiene que utilizar y ser más eficiente para poder producir más».

El contraste internacional y el fósforo negativo

La situación argentina se vuelve más negativa al compararla con sus principales competidores globales. Rotondaro enfatizó que la diferencia «con otros países competidores es notable». Al analizar el manejo de nutrientes, específicamente el fósforo, en países líderes en la producción de soja, como Brasil y Estados Unidos, se evidencia la disparidad.

«El balance de fósforo de los suelos de Brasil y Estados Unidos es positivo. Esto significa que, año tras año, los productores van ganando fósforo en el suelo. Este manejo les permite producir cada vez más, ya que, si bien una parte del fósforo es tomada por el cultivo, el resto tiene un efecto residual» que le sirve para el cultivo que sigue», relató Rotondaro.

La realidad en Argentina es opuesta: «El balance de fósforo es negativo». El país es señalado como «uno de los pocos países del mundo que los balances de fósforo en los suelos son negativos». Ante este escenario de continua extracción sin reposición, Rotondaro planteó un interrogante fundamental para el futuro productivo nacional: «¿Hasta qué momento Argentina va a poder sostener los niveles de producción con esta fertilidad de los suelos y fertilizando tan poco?».

El límite: el estancamiento de la producción

La consecuencia directa de este desbalance crónico de nutrientes se manifiesta en el rendimiento nacional. Rotondaro alertó que el plazo para corregir la situación «cada vez es más corto».

De hecho, al observar la tendencia productiva de los últimos años, se constata que la producción de grano de Argentina se estancó. Una de las principales causas de este estancamiento es señalada directamente como «un bajo uso de la tecnología de fertilización».

La advertencia final es clara y fundamental para la sustentabilidad del sistema: «Estamos llegando a un límite. El suelo argentino ya ha entregado gran parte de su potencial, ya dio lo que podía dar y sigue dando todavía».

Para superar este umbral y revertir el balance negativo, el suelo ahora requiere ayuda activa, que debe basarse en tres pilares fundamentales del manejo agronómico: rotación, con adecuado manejo y con fertilización.

Balance de nutrientes

El coordinador técnico de Fertilizar, Esteban Ciarlo, ofreció una detallada explicación sobre el concepto de balance de nutrientes y cómo se calcula. Presentó cifras sobre el consumo de nutrientes, evidenciando que la soja y el maíz son los cultivos que más nutrientes exportan, entre 94 y 116 kg de nutrientes por hectárea. “La soja, por su contenido nutricional, y el maíz, por su volumen de producción, son los grandes exportadores de nutrientes”, explicó.

Ciarlo informó que los seis principales cultivos del país (soja, maíz, trigo, girasol, cebada y sorgo) removieron en la campaña 2024/25 más de 3,5 millones de toneladas de nutrientes en un volumen de 130 millones de toneladas de granos. Mientras que el aporte de nutrientes a través de fertilización fue de solamente 1,42 millones de toneladas. “Esto significa que solo reponemos un 40% de lo que extraen las cosechas”, explicó.

Luego enumeró datos que muestran que en la campaña 2024/25: la soja representa 48% de los nutrientes extraídos, seguida por el maíz (28%) y el trigo (14%); en promedio, cada hectárea pierde 17 kg de nitrógeno, 5,5 kg de fósforo, 29 kg de potasio y 4,5 kg de azufre y el déficit total de nutrientes es de 2,1 millones de toneladas por campaña, lo que equivale a una pérdida económica estimada en 86,5 dólares por hectárea cultivada.

Con respecto al consumo de nutrientes, predominan el nitrógeno, especialmente en trigo y maíz, seguido del fósforo (P). Sin embargo, otros nutrientes se aplican en cantidades mínimas o directamente no se aplican, lo que refleja tendencias preocupantes a nivel nacional. “Los balances de nutrientes son negativos en todos los casos, poniendo en riesgo la capacidad productiva de nuestros suelos”, advirtió. Los números mostrados indican una pérdida neta promedio nacional de 56 kilogramos por hectárea de los cuatro principales nutrientes.

Para finalizar, el experto enfatizó la importancia del fósforo y su reposición en los planteos de producción agrícola. Aunque los números presentados se refirieron a la producción agrícola, también se mencionó la falta de reposición de nutrientes en ganadería.

Ciarlo apuntó que Argentina pierde cerca de 6 kg de fósforo por hectárea cada año y no tiene reservas propias de roca fosfórica “lo que nos hace depender 100% de la importación”. Según el relevamiento de la entidad, la tasa de reposición de fósforo en la última campaña fue apenas de 57%, una de las más bajas del mundo entre países productores de granos. “Los suelos no mienten: si no reponemos lo que extraemos, hipotecamos la productividad futura además de limitar la producción actual”.

Brechas de rendiientos

Por su parte, el ingeniero agrónomo Guido Di Mauro, docente e investigador en la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Rosario, abordó la brecha de rendimientos en soja, que se refiere a la diferencia entre el potencial de producción de los cultivos y los rendimientos reales obtenidos. Presentó un análisis específico sobre las brechas de rendimiento en soja, que rondan el 30% entre lo que se produce y lo que se podría producir bajo un manejo más eficiente.

“Argentina es uno de los principales productores de soja del mundo, sin embargo, enfrentamos la necesidad de reducir esta brecha de rendimiento mediante mejoras en la nutrición del suelo y la adopción de tecnología”, afirmó.

La brecha de rendimientos de la soja en Argentina no depende exclusivamente del clima, la genética o la fecha de siembra, sino también de la gestión de la nutrición del cultivo. El desafío actual es aprovechar la sinergia entre estas prácticas para aumentar el rendimiento.

Actualmente, sólo la mitad de la superficie sembrada con soja recibe algún tipo de fertilización, y aún en esos lotes, las dosis aplicadas suelen estar por debajo de los requerimientos del cultivo. Por ejemplo, en la región núcleo los niveles de fósforo son bajos, y las dosis aplicadas de nutrientes no cubren los requerimientos, lo que limita directamente la producción.

En este contexto, Di Mauro presentó casos prácticos que demostraron cómo una adecuada fertilización puede incrementar significativamente los rendimientos actuales, tanto en soja como en otros cultivos. Además, destacó que no solo se mejora el rendimiento, sino que también podría mejorar la concentración de proteína en los granos, un factor crucial para la industria de procesamiento de soja. “La calidad y concentración de proteína son fundamentales para la industria del procesamiento de soja que genera productos de valor”, indicó.

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