¿Vale la pena romper un suelo con décadas de historia en directa para controlar malezas?

Uno de los principales desafíos de los sistemas agrícolas bajo siembra directa (SD) es el manejo de malezas resistentes, que compiten por recursos clave, reducen rendimientos y elevan costos. Frente a estas dificultades, algunos productores consideran recurrir a la labranza ocasional, con la idea de que perturbar el suelo podría contribuir al control de especies problemáticas. Sin embargo, un estudio reciente de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA), en colaboración con la Universidad de Clemson (EE.UU.), aporta evidencia que invita a repensar esta práctica.

El experimento: más de dos décadas de siembra directa bajo la lupa

El ensayo se realizó en Carlos Casares (Buenos Aires), en lotes con más de 20 años de siembra directa continua. Se compararon dos tratamientos: SD continua y labranza ocasional (con rastra de discos a 15 cm de profundidad en agosto de 2022 y abril de 2023). El equipo analizó el banco de semillas de malezas en tres profundidades (0–5, 5–10 y 10–15 cm), evaluando riqueza de especies, abundancia y frecuencia de aparición.

El banco de semillas actúa como reservorio para futuras infestaciones y está fuertemente influenciado por las condiciones del suelo. Por eso, entender su dinámica es clave para diseñar estrategias de control más eficientes.

Resultados: sin mejoras sustanciales y con cambios en la composición

Contrario a lo que se esperaba, la labranza ocasional no redujo significativamente ni la riqueza de especies ni la abundancia de malezas en comparación con la SD continua. En cambio, sí modificó la distribución vertical de las semillas y la composición florística, especialmente en el año 2023, marcado por una fuerte sequía.

En ambos años, la mayor concentración de semillas se observó en la capa superficial (0–5 cm), con un 59% del total de plántulas en 2022 y un 62% en 2023. Esta capa albergó la mayor riqueza y abundancia, lo que resalta su rol clave en el manejo de malezas.

El análisis de componentes principales (PCA) mostró que la labranza ocasional movió semillas hacia capas más profundas, alterando la comunidad de especies. Mientras que la SD favoreció la acumulación de malezas anuales de hoja ancha, la labranza propició la aparición de especies como Veronica peregrina y Poa annua.

Malezas frecuentes y respuestas desiguales

Algunas especies, como Amaranthus hybridus (“yuyo colorado”) o Echinochloa sp. (“capín”), mantuvieron su presencia más allá del tratamiento. Otras, como Datura ferox (“chamico”), respondieron positivamente a la labranza al ser expuestas a la luz. Esto demuestra que no todas las malezas reaccionan igual ante la perturbación del suelo, y que la labranza ocasional no garantiza un control efectivo.

Más allá del control: un enfoque sistémico

Los resultados respaldan una visión más integral del manejo de malezas. “Romper el suelo no es la solución”, concluyen los investigadores, quienes destacan que la intensificación y diversificación de rotaciones, el buen uso de coberturas, la anticipación al ingreso de especies difíciles y el diseño de ambientes hostiles para las malezas son claves para un manejo exitoso.

Además, mantener la SD ayuda a conservar el suelo, mejorar su fertilidad, potenciar la actividad biológica y aumentar su capacidad de retención hídrica, contribuyendo a una agricultura más sustentable.

Este estudio aporta datos concretos que cuestionan la efectividad de la labranza ocasional como estrategia de control de malezas, al tiempo que refuerzan la importancia de pensar el manejo desde una perspectiva agroecológica, sistémica y sustentable. En un contexto donde la presión de selección de malezas resistentes es cada vez mayor, las decisiones agronómicas deben mirar más allá de lo inmediato y apostar a la resiliencia del sistema.

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